13 feb 2005

Inteligencia y Muerte.


En EEUU parece reeditarse el exabrupto de Millán-Astray frente a Unamuno: ''¡Abajo la inteligencia! ¡Viva la muerte!''.
Hace un tiempo escribí sobre la pena de muerte, pero hoy quiero hablarles de Daryl R. Atkins.
El condenado a muerte Daryl R. Atkins evitó la inyección letal hace 3 años porque su sentencia quedó suspendida por el Tribunal Supremo al prohibir ejecutar a reclusos cuyo cociente intelectual (IQ) corresponda a la categoría de retrasado mental. El dictamen estableció que la ejecución de ''retrasados'' es inconstitucional porque atenta contra la Octava Enmienda, que prohíbe los ''castigos crueles'' (sic). Aunque no se pronunciaron sobre la crueldad de la ejecución de los ''normales'', al menos se creó una jurisprudencia de salvaguarda para ``los deficientes''.
En 1998 Atkins sólo obtuvo un cociente intelectual de 59, siendo el promedio de la población 100 y estando fijado en 70 el umbral del retraso mental en el estado de Virginia. Daryl, a quien en sus 27 años de existencia ni su familia, ni la educación recibida, ni el estado lograron desarrollar su inteligencia, ahora parece que se ha ''espabilado'' por el trato con sus abogados para luchar por su vida. En su última evaluación ha alcanzado -desgraciadamente- un IQ de 76. Haber llegado a ser ''tonto estadístico'', pero no ''retrasado'', le puede llevar finalmente a ser ''matado legalmente'' según el inhumano sistema judicial virginiano.
El psiquiatra forense encargado del caso, Evan S. Nelson, declaró el pasado noviembre que el convicto Atkins "Recibió más estímulo intelectual en la prisión que durante toda su infancia y adolescencia, incluyendo las capacidades académicas teóricamente obligatorias de lectura y escritura, así como la competencia para aprender conceptos legales abstractos en su comunicación con los profesionales del derecho que le defendieron''.
El disparate legal es inconmensurable: establece una retroactividad para quien era un manifiesto ''deficiente mental'' cuando cometió su crimen. Se le condena a morir, o a no progresar jamás en su vida, a pesar de haberse demostrado que podía hacerlo y que nadie se preocupó de él antes de iniciar su carrera criminal. Resulta bochornoso para todo el autodenominado ''primer mundo'' que, en el supuesto país líder mundial, las insuficiencias e ineficiencias de todo el gigantesco sistema social, en su escala familiar, educativa, sanitaria y de seguridad, la paga una víctima, que a su vez causó otra muerte aún más inocente.

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