Cuando uno se encuentra en un país extranjero, a lo primero que se recurre es a un buen diccionario. Si la lengua nativa tiene una pronunciación compleja o si uno es muy vergonzoso (algo muy común y el mayor obstáculo para aprender un nuevo idioma) al menos puede buscarse el término que se necesita y señalárselo al interlocutor, lo que puede llevar a una comunicación efectica, aunque algo lenta.
Hay ciudades en las que la mezcla étnica es tan grande que las lenguas se funden y confunden constantemente (se dice que en un colegio público de Los Ángeles la cantidad de idiomas diferentes que pueden oírse -incluyendo los dialectos- puede llegar a cien).
En Miami se da un caso particular: el idioma más hablado es el español, aunque hay tal variedad de procedencias, con sus acentos y localismos, que muchas personas encuentran difícil entender a alguien que está hablando su misma lengua.
Y si bien no es nada grave a nivel popular, cuando los errores se comenten por personas que deberían tener un nivel cultural medianamente elevado (como mínimo) la cosa ya deja de ser graciosa. Y aquí se le tiene tan poco respeto al idioma español que los periodistas, comentaristas, políticos y publicistas dicen las cosas como se les ocurre y a nadie se le ocurre la más elemental crítica. Es así que uno puede oir o leer palabras como las que siguen:
lideratura (liderazgo)
miserableza (miseria)
liderearlo (liderarlo)
oposicionista (opositor)
femenil (femenina)
campeonil (de campeón)
cantido (canto)
dentistería (odontología)
accesar (acceder)
accesado (accedido)
Las dos últimos expresiones son buenos ejemplos sobre lo que quiero destacar. No sé quién o dónde se usó esa extraña conjugación verbal del verbo acceder, pero ya parece haber pocas personas que puedan hacerlo correctamente; y me atrevería a decir que gran parte de la responsabilidad de que esto ocurra es de los medios. Si los periodistas no hablan (o escriben) como es debido, ¿Qué podemos pedirle al resto de la población?
No hay comentarios.:
Publicar un comentario